sábado, 28 de febrero de 2009

...y después...

...apenas terminaba con aquello, entró sin permiso un recuerdo por la puerta de la cocina. Presto se hizo dueño de un espacio entre mi pecho y mis brazos. Con un tono suave cantó a mis oídos notas de colores, colores de los que, en toda mi vida, a pocas personas les he podido escuchar hablar. Luces capaces de fundir dentro de su forma tanto majestuosidad como modestia, una fusión hasta entonces totalmente desconocida por mí. Eran haces de ideas hechos música; similares en virtud y belleza solamente a la voz suave que las depositaba despacio dentro de mi cabeza. Aquella voz que, de no haber renegado algún día del cielo, pude haber adjudicado al más bello de los ángeles, cosa que seguramente habrían hecho todos aquellos que nunca han vestido el hábito de ateo. Apenas podía concebir el contraste entre su abrupta irrupción en mí mundo y la calma con la que entonces cobijaba mi espíritu. Incluso llegué a pensar que ya no había relación alguna entre lo que ahora me llenaba de luz desde el interior de mi abrazo y aquello que, segundos antes, había sido arrojado dentro, a través de la puerta, a causa del viento y de mis deseos.

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